miércoles, 28 de agosto de 2019

Pregón 2019. (José Luis Palma Gámiz)





Pregón de las Fiestas Patronales de Navas del Selpillar en Honor de Nuestra Señora Virgen de los Remedios. (2019)



Pregonero
José Luis Palma Gámiz








Navas del Selpillar

23 de Agosto de 2019





     Muy buenas tardes a todos mis convecinos de la Villa de Navas del Selpillar, de Lucena y de otras localidades circundantes y amigas.
  

     Sed todos muy bienvenidos y gracias por acudir a este acto de exaltación de los valores de Nuestra Señora de los Remedios, nuestra querida Patrona.

     Excelentísimas autoridades locales: D. Fernando Martín Gómez, reverendo cura párroco de este sagrado templo donde ahora nos reunimos ante nuestra Virgen milagrosa. Reverendo padre D. José Béjar Sánchez, sacerdote, amigo, e ilustre vecino de nuestra villa. Ilustrísimo señor alcalde de Lucena, querido amigo Juan Pérez Guerrero. Miembros de la Corporación Municipal del Ayuntamiento de Lucena. Dña. Rocío Montes Polo, Delegada Municipal en Navas del Selpillar que es el hogar común de todos nosotros. Don José Pedro Moreno Víbora, concejal de Festejos del Ayuntamiento de Lucena. Y mi saludo más afectuoso a la Reina y Damas de Honor de estas entrañables fiestas de agosto.

     Antes de iniciar mi pregón quiero manifestar también mi profundo agradecimiento al Hermano Mayor de esta Cofradía, nuestro querido paisano D. Juan Hidalgo Caballero quien tuvo a bien encomendarme la labor que hoy me trae ante vosotros. Y cómo no podía ser de otro modo a mi introductor en este acto: D. Francisco López Salamanca, profesor emérito de tantos lucentinos y naveños, profundo conocedor de la historia de nuestros lugares y aventajado relator de todos los acontecimientos que jalonaron la historia de Lucena y su comarca, incluida la villa de Navas del Selpillar, desde que tartesos, túrdulos, turdetanos, romanos, visigodos, árabes y castellanos viejos poblaron estas tierras dejando todos y cada uno de ellos sus improntas imperecederas de cultura, ciencia, saber, conocimiento y cómo no, maestros generosos en el legado que más nos identifica con estas tierras: los cultivos del oro verde: nuestro maravilloso aceite de oliva y el del más embriagador y dulce de los caldos, nuestros afamados vinos enmarcados en una de las denominaciones de origen más emblemáticas de España. La de la cercana localidad de Moriles.

     Permítanme que, para los que no me conocen, les diga que yo nací a mediados del pasado siglo en lo más profundo del corazón de Andalucía, en Lucena (en la provincia de Córdoba) donde el calor del estío se hace patria en sus dorados trigos y la escarcha del invierno viste de un nacarado deslumbrante el verdor añejo del olivar y la viña.

     Un día que eché la vista atrás buscándome en alguna rama del árbol de la familia, tan difícil de escudriñar, supe, sin rigor alguno, que bien podría ser yo, como sin duda sois todos vosotros, un tornatrás de culturas antiguas y razas olvidadas; de sangre mestiza en la que el color cobrizo de tartesos, túrdulos y turdetanos se fundió en la noche de los aromas con el verde de los árabes, el azul de los judíos, el tornasolado de griegos, romanos y cartagineses y el rojo pasión de los cristianos viejos. Y me dio por creer, desde entonces, que por mis venas, como por las vuestras, corre (¿por qué no?) vestigios de ilustres antepasados como los emperadores romanos nacidos en la Bética, Trajano o Adriano, o ilustres filósofos como Séneca o Lucano, o caudillos árabes como Tariq ben Zyad, Musa ben Nusayr, magníficos califas como Abderramán III o al-Hakan II o el terrible Almanzor. También vieron la luz y se asentaron en estas tierras ilustres andalusíes como el jurista Averroes o el médico Maimónides. O escritores de excelsa pluma como Góngora, Barahona de Soto, Lorca o Machado.

     Por estas tierras pasaron, dejando sus huellas, las culturas más excelsas que ha habido en la Tierra. Las acabo de mencionar pero sería también de justicia, hacer una referencia concreta a nuestro pasado judío. Porque no nos engañemos, aunque nuestra sangre sea un entrelazado tejido de razas, somos más bien judíos que otra cosa, como lo demuestra nuestro carácter, nuestra laboriosidad, nuestra fe inquebrantable en la amistad, la familia y las tradiciones y porque después de tartesos, túrdulos y turdetanos, judía fue la raza dominante en estas tierras desde la noche de los tiempos. Y ese crisol de razas y culturas es lo que ha hecho de nosotros un pueblo grande y libre y sobre todo un pueblo que se siente orgulloso de lo que fue y de lo que es y que con esperanza y confianza mira hacia su futuro.

     Años más tarde, cuando cayó el imperio romano y los visigodos enseñorearon nuestras tierras, una nueva cultura y una nueva religión, vino a instalarse en nuestras almas para engrandecerse y perpetuarse hasta nuestros días. Por eso, hoy, nos reunimos todos ante la imagen benevolente y amable de nuestra Virgen de los Remedios para cantar sus alabanzas y seguir pidiéndole su maternal protección.   
 

     Desde que nací viví, en un mundo de galenos; mi abuelo, mi padre, mis tíos, mis primos… Fue, por tanto, natural que yo también siguiera los estudios de Medicina. También los hubo boticarios, abogados, notarios, maestros y hasta temibles recaudadores de alcabalas, de los que prefiero no hablar.

     Pero antes de seguir, quiero implorar a nuestra querida Virgencita de Los Remedios permiso para dirigirme a todos vosotros ante su benévola mirada y rogarle que ilumine mi palabra para que, ensalzándola a Ella, la sintáis, si cabe, un poco más en ese rincón del corazón que cada naveño tiene reservado para su Patrona Protectora.

     Os acabo de decir que soy médico y que como la mayoría de mis colegas, hombres de una ciencia concreta que siempre requiere demostración, somos más bien escépticos de todo lo que no vemos y de aquello que no palpamos. Somos poco proclives a creer en los milagros y como santo Tomás necesitamos meter el dedo en la llaga para tener la certeza de que la llaga existe y así poder sanarla. Os cuento esto, porque el pasado verano, una muy querida familia de esta pedanía lucentina, pasaba momentos de amargura y preocupación ante el quebrantamiento del estado de salud de uno de sus hijos. El proceso era grave, el paciente muy joven y su pronóstico incierto. Yo traté de animarlos desde mi experiencia médica y convencerlos de que los últimos descubrimientos estaban venciendo problemas de salud que hasta hacía poco tiempo parecían no tener remedio. No sé si mis palabras les sirvieron de algo pero lo que estoy seguro es que junto a la labor de los médicos que trataban a aquel muchacho, su familia tuvo que encomendarse por fuerza a nuestra Virgen de los Remedios rogándole por la salud de aquel hijo.
     

     Una noche del pasado invierno, alguien tocó el timbre de mi puerta. Eran casi las diez de una noche inmersa en una tenebrosa oscuridad aderezada por ese frio húmedo tan típico de nuestro clima invernal. Cuando abrí la puerta lo primero que vi fue su sonrisa, esa sonrisa franca y sincera que al primer golpe de vista te indica que estás ante una alma noble y buena. Aquel muchacho no era otro que Juanito Hidalgo, el chico que gracias a la Virgen de Los Remedios, y con un poquito de ayuda médica, había conseguido vencer a la enfermedad. Entonces, yo, el médico descreído, no tuve más remedio que creer en el milagro, ese acontecimiento misterioso, que aunque no nos permita ver la mano intercesora, sabemos que no podía ser otro que uno de los muchos con que nuestra Patrona nos protege y nos premia. Y gracias a eso, hoy todos somos un poco más felices y vivimos más confiados en Ella.
   

     Decía D. Antonio Machado que “su infancia eran recuerdos de un patio de Sevilla donde crecía el limonero”. Los míos; mis recuerdos, mis raíces, mis mejores vivencias están ancladas, todas, en estas benditas tierras. Bien es cierto que, buscando otras andanzas, las viví durante pocos años pero lo hice con toda la intensidad y la osadía que sólo se logra en la infancia y la adolescencia, y os puedo asegurar que siempre, siempre, siempre las he llevado conmigo y he reservado para ellas ese rincón del corazón y ese núcleo del cerebro donde dicen los rapsodas que se sitúa la memoria poética. Y es verdad, porque al menos para mí, todo lo que sitúa al pie de la Subbética no es otra cosa que tierra hecha poesía y versos que desde el corazón se escapan al viento de la misma manera que el aroma del jazmín y la esencia de la rosa inundan de embriagadoras fragancias las noches andaluzas.

     Aquí viven mis recuerdos tan vivos como cuando era niño. Y aquí siguen, aunque ya no estén, el patio de la casa donde nací, la de mis abuelos, las de mi tíos y primos, las calles, plazas y llanetes de Lucena, el Miserere de las ocho de la mañana en la Plaza Nueva que todo el pueblo con profundo fervor canta a la sagrada imagen de Jesús Nazareno. La prestancia, la solemnidad y la belleza de la procesión de Nuestra Señora de Araceli mecida a hombros de fornidos santeros para los que “pasear a Nuestra Madre” marcará en sus vidas un hito inolvidable. Como ocurre aquí, en Las Navas, cuando nuestras bellísimas mujeres santeras le muestran a nuestra Virgencita de Los Remedios, en su paseo por la Vía Verde, el trigo que comienza a verdear en la primavera temprana al tiempo que le piden abundancia en las cosechas, alegría y hermandad para todos y salud para los enfermos.

     Ahora, trascurridos bastantes años y tras haber recorrido medio mundo, he vuelto a la tierra que me vio nacer, pero en lugar de buscar acomodo en Lucena he preferido asentarme en un lugar que desconocía: Las Navas del Selpillar. Os tengo que confesar que había oído hablar de esta pedanía lucentina pero jamás había estado en ella. Llegué hasta aquí de mano de la casualidad y cada día bendigo el momento en que puse mis pies en estas calles. Hoy, gracias a la amistad sincera y al calor generoso de sus buenas gentes, he hecho de Las Navas la que probablemente sea mi última casa y mi mejor aventura.

     Aquí soy feliz, en este lugar pequeño en extensión pero que se hace inmensamente grande en la generosidad, la bondad y la nobleza que se contiene en el corazón de los naveños.

     A poco de llegar, me interesé por el origen y procedencia de esta Virgen de Los Remedios, que para mí es como una hermana pequeña de la que habita en la ermita de la serranía de Aras. Pregunté a los entendidos y sus respuestas fueron dispares cuando no poco creíbles. Algunos me dijeron que esta sagrada imagen de Los Remedios llegó hasta nosotros a lomos de un caballo bandolero. Otros me aseguraron que una marquesa la tomó de la capilla de una ermita en ruinas allá por el siglo XVII y la depositó cerca de aquella cortijada que fue en otro tiempo Las Navas, y otros, en fin, me aseguran que como la de Araceli llegó portada por una legión de ángeles. Cómo llegó es lo que menos importa porque lo que realmente tiene valor es que desde hace mucho, mucho tiempo siempre está con nosotros para protegernos.

     Vosotros, como yo, sabéis que a una legua escasa de Las Navas existe, reconvertido actualmente en lagar, el que fuera saludable balneario de Los Baños del Horcajo, donde desde los tiempos de la dominación romana y probablemente antes, las gentes necesitadas y enfermas venían a poner remedio a sus males en las aguas y barros de sus medicinales aljibes, hoy ya, desgraciadamente agotados. Cuentan que por aquí pasó la doctora de la Iglesia conocida como Teresa de Jesús. La santa de Ávila había venido a Andalucía para inaugurar conventos que dieran vida a su ya iniciada reforma del Carmelo. Ya entonces era mayor y no gozaba de buena salud. Al parecer la artrosis crónica le provocaba terribles dolores que hacían aún más insoportable su meritoria labor religiosa. Dicen que llegó hasta Los Baños del Horcajo por consejo del prior Juan de Ávila que a la sazón habitaba en un convento de Montilla. Parece ser que la santa residió un par de semanas en Los Baños sintiéndose al partir muy aliviada de sus males crónicos. Corría el año del Señor de 1581. La santa, como todos sabéis falleció al cabo de un año; un 4 de octubre de 1582 en Alba de Tormes.

     Voy terminando. Navas del Selpillar, pedanía, barrio o una extensión prodigiosa de la judía Eliossaná, tierra por la que han pasado numerosas razas, pueblos y culturas dejando todas ellas su impronta memorable, es hoy un lugar que bien podría entrar dentro de esa selecta calificación de las llamadas zonas azules del planeta, donde la vida es más larga y más sana, donde las gentes conviven en armonía, donde reina la paz, donde la amistad se hace costumbre y donde la juventud se afana en la búsqueda de su futuro.

     Somos andaluces, somos cordobeses, somos lucentinos, somos naveños..., pero ¿Qué más da lo que seamos? El Destino quiso que naciésemos y nos criásemos aquí. Y aquí trabajamos, y aquí vivimos, aquí nos relacionamos, y aquí nacerán los hijos que seguirán dando esplendor a estas tierras prodigiosas.

    

     Muchas gracias, amigos, y muy felices fiestas.










José Luis Palma Gámiz
Navas del Selpillar
22 de Agosto de 2019


 






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